12/02/2021

Las familias y la infancia en época de COVID-19

 

¿Qué ha fallado en nuestro sistema para que la catástrofe nos haya cogido completamente desprevenidos a pesar de las advertencias de los científicos?, es la pregunta que plantea Slavoj Zizek en la introducción de su libro sobre “La Pandemia”[1].Esta pregunta, aunque no obtenga  respuesta, ha sido objeto y lo sigue siendo  de reflexiones, análisis y artículos en diferentes ámbitos. Por citar tan sólo dos ejemplos: la comunidad científica y su  sistema de publicaciones [2]que ante la afluencia de estos temas han solicitado velar aún más por la calidad de los contenidos antes de su publicación; por otra parte un  grupo de científicos españoles ha publicado, en la prestigiosa revista “The Lancet”, un artículo solicitando una auditoría independiente sobre la gestión del coronavirus en España[3].

Más allá de todo esto en lo que coinciden muchos autores es que “estamos ante un acontecimiento excepcional, único por inesperado que ha cambiado y trastornado el modo de vida en el que estábamos instalados a nivel mundial.” Ha sido una ola expansiva que ha arrasado todo sin dar el tiempo necesario a reaccionar, a tomar una postura o unas medidas determinadas, ese tiempo que es necesario en todo proceso de gran envergadura, pero que esta vez no se ha dado.

Nos creíamos “que podíamos con todo” y “que todo lo teníamos por la mano“ tal como reza una sentencia popular pero como me decía un experto navegador y conocedor del mar: “para navegar no puedes luchar de frente, tienes que acompañar y conocer los  movimientos del mar y los factores que influyen en él. Es una cura de humildad frente a la potencia y la fuerza de la naturaleza”. Así es la pandemia, como un mar furioso al que hay que conquistar.

Quizás esta situación ha puesto en evidencia la “vulnerabilidad del ser humano” y ha tocado en cada uno de nosotros, en lo más profundo, el entramado significante en el que se sostenía.  Además, la actualidad de esta pandemia trae a la memoria la existencia de otras pandemias a nivel mundial.[4]A título de ejemplo basta recordar la “gripe española”, considerada la peor pandemia del s. XX y que de 1918 a 1920 afectó a un 1/3 de la población mundial  pero de la que se derivaron un sinfín de cambios posteriores a nivel social: mejora de las condiciones de trabajo y acceso al trabajo de las mujeres, mayor cooperación a nivel internacional, creación de ministerios de Salud y creación, en 1923,  de la OMS (Organización Mundial de la Salud).

Para empezar podemos analizar y detenernos en las condiciones sociales que han hecho posible esta pandemia: la interconexión entre los ciudadanos y la globalización entre otros factores; todos hemos contribuido a su expansión, sin olvidar que como cita  S.Zizek  “esta pandemia es el resultado, difícil de aceptar, de la pura contingencia humana”[5].  Sucede algo parecido a la película “La gran tormenta” basada en el libro homónimo de Sebastián Jünger donde diversos elementos se entrecruzan en un determinado momento originando una catástrofe.

Llegado a este punto cabe preguntarse, ¿qué hay de particular en esta pandemia y como ha afectado o ha impactado en la salud mental de familias, niños y adolescentes? La tristeza, el aburrimiento, el insomnio, la depresión, la angustia, los miedos, son algunas de las manifestaciones y síntomas del malestar que acompañan este momento. A todo ello hay que añadir la incertidumbre producida en la salud, la economía,  los puestos de trabajo, así como el desconcierto y la desconfianza originada por las  contradicciones o la falta de  medidas que los gobiernos va adoptando.

Las familias, la infancia son en todo este escenario los colectivos más vulnerables y más afectados. Hemos visto también como han surgido movimientos de solidaridad que han acompañado “la soledad del momento”, como por ejemplo familias que el confinamiento lo han vivido como una oportunidad de estar más con los hijos, de compartir, incluso de acercarse más unos a otros, vivencias todas ellas que han introducido una pausa en la vida frenética que vivíamos, marcada por la inmediatez, por el aquí y el ahora.

Otras familias sin embargo, en situación de mayor precariedad, tanto simbólica como de recursos, han vivido esta situación con “angustia “ por tener que ocuparse de sus hijos, seguir las indicaciones de la escuela y al tiempo seguir trabajando. Freud en “El malestar en la cultura “, hablaba del super-yo como  una instancia psíquica que se impone y subyuga a la parte denominada el  “yo” exigiendo al individuo lo imposible de realizar[6]y eso es precisamente lo que parece que nos sucede, el imperativo “super-yoico” para exigirnos lo que no podemos alcanzar como en otros tiempos.

Por otra parte algunas familias se han quedado sin trabajo,  todo ello unido a las exigencias del exterior como seguir la escolaridad de sus hijos sin los mínimos recursos elementales para hacer frente a las necesidades del día a día; todo ello  ha generado impotencia, rabia, enfado y una mayor soledad frente a estos acontecimientos.

Recientemente una madre, afectada de COVID-19 me decía: “hace dos meses que no puedo ver a mi hija, estar con los abuelos, además no me puedo comunicar con ellos porque no tengo servicio de internet ni wi-fi”. Esta mujer separada compartía el cuidado de su hija  con sus padres, los abuelos maternos de la niña, pero al estar  la madre contagiada por COVID-19, ha debido confinarse con ellos que tienen conexión a la red, razón por la cual los contactos con su hija durante estos meses han sidosólo  telefónicos.

Otro caso: “Estoy triste, no puedo ver a mi madre, no puedo salir ni estar con mis amigas, duermo mal y me encuentro nerviosa, no entiendo lo que me dice la profesora y me cuesta hacer las tareas que me piden”. Estas son algunas de las manifestaciones de una adolescente que refleja no sólo la dificultad del momento sino también la situación mayor vulnerabilidad y “soledad” en la que se encuentran muchas familias, adolescentes y niños.

Por otra parte, no podemos olvidar las pérdidas debidas a tantas muertes de seres queridos en el seno de muchas familias, sin poderse despedir de ellos, algo que dificulta el proceso de duelo. Por todo ello es necesario, más que nunca en estos momentos, acompañar con “las palabras”, dar cabida a las expresiones de llanto, enfado o tristeza características del duelo. Los niños por su dependencia del adulto y los adolescentes por el momento de “crisis” y de “cambio” en el que se encuentran, requieren de las figuras de referentes claros y adultos en los que apoyarse y referenciarse. (…)