01/03/2023

Hablar con el corazón, «en la verdad y en el amor» (Ef 4,15)

Mensaje del Santo Padre Francisco para la 57ª Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales (29/05/2023)

Bienvenidos hermanos y hermanas, Después de haber reflexionado, en años anteriores, sobre los verbos «ir, ver» y «escuchar» como condiciones para una buena comunicación, en este Mensaje para la LVII Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales quería centrarme en «hablar con el corazón». Es el corazón el que nos ha movido a ir, ver y escuchar; y es el corazón el que nos mueve a una comunicación abierta y acogedora. Después de habernos ejercitado en la escucha —que requiere espera y paciencia, así como la renuncia a afirmar de manera prejudicial nuestro punto de vista—, podemos entrar en la dinámica del diálogo y el intercambio, que es precisamente la de comunicar cordialmente. Una vez hayamos escuchado al otro con corazón puro, conseguiremos hablar siguiendo la verdad en el amor (cf. Ef 4,15). No debemos tener miedo de proclamar la verdad, aunque a veces sea incómoda, sino de hacerlo sin caridad, sin corazón. Porque «el programa del cristiano —como escribió Benedicto XVI— es un «corazón que ve»»[1]. Un corazón que, con su bautizo, revela la verdad de nuestro ser, y que por eso hay que escucharlo. Esto lleva a quien escucha a sintonizarse en la misma longitud de onda, hasta el punto de que se llega a sentir en su corazón el bautizo del otro. Entonces se hace posible el milagro del encuentro, que nos permite mirarnos los unos a los otros con compasión, acogiendo con respeto las fragilidades de cada uno, en lugar de juzgar por oído y sembrar discordia y divisiones.

Jesús nos recuerda que cada árbol se conoce por su fruto (cf. Lc 6,44), y advierte que «el hombre bueno, del tesoro de bondad que guarda en el corazón, saca fuera bondad; pero el hombre malo, de su tesoro de maldad, saca el mal. Porque su boca habla de lo que se desborda de su corazón» (v. 45). Por eso, para poder comunicar en la verdad y en el amor hay que purificar el corazón. Sólo escuchando y hablando con el corazón puro podemos ver más allá de las apariencias y superar los ruidos confusos que, también en el campo de la información, no nos ayudan a discernir en la complejidad del mundo en que vivimos. El llamado a hablar con el corazón interpela radicalmente nuestro tiempo, tan propenso a la indiferencia y a la indignación, a veces sobre la base de la desinformación, que falsifica e instrumentaliza la verdad.

Comunicar cordialmente

Comunicar cordialmente quiere decir que quien nos lee o nos escucha capta nuestra participación en las alegrías y los miedos, en las esperanzas y los sufrimientos de las mujeres y los hombres de nuestro tiempo. Quien habla así quiere el bien del otro, porque le importa y custodia su libertad, sin violarla. Podemos ver este estilo en el misterioso Caminante que dialoga con los discípulos que van hacia Emmaús después de la tragedia consumada en el Gólgota. Jesús resucitado les habla con el corazón, acompañando con respeto el camino de su dolor, proponiéndose y no imponiéndose, abriéndoles la mente con amor a la comprensión del sentido profundo de lo que ha sucedido. De hecho, ellos pueden exclamar con alegría que el corazón los abrusaba en el pecho mientras Él conversaba a lo largo del camino y les explicaba las Escrituras (cf. Lc 24,32).

En un periodo histórico marcado por polarizaciones y contraposiciones —de las que, lamentablemente, la comunidad eclesial no es inmune—, el compromiso por una comunicación «con el corazón y con los brazos abiertos» no concierne exclusivamente a los profesionales de la información, sino que es responsabilidad de cada uno. Todos estamos llamados a buscar y decir la verdad, y a hacerlo con caridad. A nosotros cristianos, en especial, se nos exhorta continuamente a guardar la lengua del mal (cf. Sl 34,14), ya que, como enseña la Escritura, con la lengua podemos bendecir al Señor y malorear a los hombres hechos a imagen de Dios (cf. Jm 3,9). De nuestra boca no deberían salir palabras malas, sino más bien palabras buenas «que edifiquen a los demás y hagan bien a quienes las escuchan» (Ef 4,29). A veces, hablar amablemente abre una brecha incluso en los corazones más endurecidos. Tenemos una prueba de ello en la literatura. Pienso en aquella página memorable del capítulo XXI de Los prometidos[2], en la que Lucía habla con el corazón en el Innominado hasta que éste, desarmado y atormentado por una benéfica crisis interior, cede a la fuerza gentil del amor. Lo experimentamos en la convivencia cívica, en la que la amabilidad no es sólo cuestión de «etiqueta», sino un verdadero antídoto contra la crueldad que, lamentablemente, puede envenenar los corazones e intoxicar las relaciones. La necesitamos en el ámbito de los medios para que la comunicación no fomente una envidia que exaspera, genera rabia y lleva al enfrentamiento, sino que ayude a las personas a reflexionar con calma, a descifrar, con espíritu crítico y siempre respetuoso, la realidad en la que viven.

La comunicación de corazón a corazón: «Basta con íbamos a estimar bien para decir bien»

Uno de los ejemplos más luminosos y, aún hoy, fascinantes de «hablar con el corazón» está representado por san Francisco de Sales, doctor de la Iglesia, a quien he dedicado recientemente la Carta apostólica Totum amoris est, con motivo de los 400 años de su muerte. Junto con este aniversario importante, me gusta recordar, en esta circunstancia, otro que se celebra este año 2023: el centenario de su proclamación como patrón de los periodistas católicos por parte de Pius XI con la Encíclica Rerum omnium perturbationem. Intelecto brillante, escritor fecund, teólogo de gran profundidad, Francesc de Sales fue obispo de Ginebra a inicios del siglo XVII, en años difíciles, marcados por disputas encendidas con los calvinistas. Su actitud tranquila, su humanidad, la disposición a dialogar pacientemente con todo el mundo, especialmente con quien lo contradecía, lo convirtieron en un testimonio extraordinario del amor misericordioso de Dios. De él se podía decir que «la conversación amistosa multiplica a los amigos, mucha gente saluda al que habla afablemente» (Sir 6,5). Por otro lado, una de sus afirmaciones más célebres, «el corazón habla en el corazón», ha inspirado a generaciones de fieles, entre ellos san John Henry Newman, que la eligió como lema, Cor ad cor loquitur. «Basta con íbamos bien para decir bien» era una de sus convicciones. Esto demuestra cómo para él la comunicación nunca debía reducirse a un artificio a —diríamos hoy—una estrategia de marketing, sino que debía ser el reflejo del ánimo, la superficie visible de un núcleo de amor invisible a los ojos. Para san Francisco de Sales, es precisamente «en el corazón y a través del corazón que se realiza este sutil e intenso proceso unitario en virtud del cual el hombre reconoce a Dios»[3]. «Estimando bien», san Francisco exhortó a comunicarse con el sordomudo Martino, haciéndose amigo suyo; por ello es recordado como el protector de las personas con discapacidades comunicativas.

Es a partir de este «criterio del amor» que, a través de sus escritos y su testimonio de vida, el santo obispo de Ginebra nos recuerda que «somos lo que comunicamos». Una lección que va contracorriente hoy, en un tiempo en el que, como experimentamos sobre todo en las redes sociales, la comunicación frecuentemente se instrumentaliza, para que el mundo nos vea cómo queríamos ser y no por lo que somos. San Francisco de Sales repartió numerosas copias de sus escritos en la comunidad ginebrina. Esta intuición «periodística» le valió una fama que superó rápidamente el perímetro de su diócesis y que perdura aún en nuestros días. Sus escritos, observó san Pablo VI, suscitan una lectura «sumamente agradable, instructiva, estimulante»[4]. Si vemos el panorama de la comunicación actual, ¿no son precisamente estas características las que debería tener un artículo, un reportaje, un servicio radiotelevisivo o un post en las redes sociales? Que los profesionales de la comunicación se sientan inspirados por este santo de la ternura, buscando y explicando la verdad con coraje y libertad, pero rechazando la tentación de usar expresiones llamativas y agresivas.

Hablar con el corazón en el proceso sinodal Como he podido subrayar, «también en la Iglesia hay mucha necesidad de escuchar y de escucharnos. Es el don más preciado y generativo que podemos ofrecernos los unos a los otros»[5]. De una escucha sin prejuicios, atenta y disponible, nace un hablar acorde con el estilo de Dios, que se nutre de proximidad, compasión y ternura. En la Iglesia necesitamos urgentemente una comunicación que encienda los corazones, que sea bálsamo sobre las heridas e ilumine el camino de los hermanos y las hermanas. Sueño una comunicación eclesial que sepa dejarse guiar por el Espíritu Santo, amable y, a la vez, profética; que sepa encontrar nuevas formas y modalidades para el mero anuncio que está llamada a llevar en el tercer milenio. Una comunicación que ponga en el centro la relación con Dios y con el proísmo, especialmente con el más necesitado, y que sepa encender el fuego de la fe en lugar de preservar las cenizas de una identidad autorreferencial. Una comunicación cuyas bases sean la humildad al escuchar y la parresía al hablar; que no separe nunca la verdad de la caridad.

Desarmar los ánimos promoviendo un lenguaje de paz «Una lengua dulce puede romper un hueso», dice el libro de los Proverbios (25,15). Hablar con el corazón es hoy muy necesario para promover una cultura de paz allí donde hay guerra; para abrir caminos que permitan el diálogo y la reconciliación allí donde el odio y la enemistad causan estragos. En el dramático contexto del conflicto global que estamos viviendo, es urgente afirmar una comunicación no hostil. Hay que vencer «la costumbre de descalificar rápidamente al adversario, alicándole epítetos humillantes, en lugar de enfrentar un diálogo abierto y respetuoso»[6]. Necesitamos comunicadores dispuestos a dialogar, comprometidos a favorecer un desarme integral y que se esfuercen por desmantelar la psicosis bélica que se anida en nuestros corazones; como exhortaba proféticamente a san Juan XXIII en la Encíclica Pacem in terris: «La paz verdadera sólo se puede construir en la confianza recíproca» (n. 113). Una confianza que necesita comunicadores no enrocados, sino audaces y creativos, dispuestos a arriesgarse para encontrar un terreno común donde encontrarse. Como hace sesenta años, vivimos una hora oscura en la que la humanidad teme una escalada bélica que debe frenarse cuanto antes, también a nivel comunicativo. Uno queda horrorizado al escuchar con qué facilidad se pronuncian palabras que invocan la destrucción de pueblos y territorios. Palabras que, desgraciadamente, se convierten a menudo en acciones bélicas de cruel violencia. He aquí por qué debe rechazarse toda retórica belicista, así como cualquier forma de propaganda que manipule la verdad, desfigurándola por razones ideológicas. Se debe promover, en cambio, a todos los niveles, una comunicación que ayude a crear las condiciones para resolver las controversias entre los pueblos.

Como cristianos, sabemos que es precisamente gracias a la conversión del corazón que se decide el destino de la paz, ya que el virus de la guerra procede del interior del corazón humano[7]. Del corazón brotan las palabras capaces de disipar las sombras de un mundo cerrado y dividido, para edificar una civilización mejor que la que hemos recibido. Es un esfuerzo que se nos pide a cada uno de nosotros, pero que apela especialmente al sentido de responsabilidad de los operadores de la comunicación, para que desarrollen su profesión como una misión.

Que el Señor Jesús, Palabra pura que surge del corazón del Padre, nos ayude a hacer nuestra comunicación libre, limpia y cordial.

Que el Señor Jesús, Palabra que se hizo carne, nos ayude poner a escuchar el bautizo de los corazones, para redescubrirnos hermanos y hermanas, y desarmar la hostilidad que divide.

Que el Señor Jesús, Palabra de verdad y de amor, nos ayude a decir la verdad en la caridad, para sentirnos custodios los unos de los otros.

Roma, San Juan del Laterano, 24 de enero de 2023, memoria de san Francisco de Sales.

FRANCESC

[1] Carta encíclica Deus caritas est, 31. [

2] Obra de Alessandro Manzoni [N.  Tr.].

[3] Carta apostólica Totum amoris est (28 de diciembre de 2022).

[4] Epístola apostólica Sabaudiae gemma, con motivo del IV Centenario del nacimiento de san Francisco de Sales, doctor de la Iglesia (29 de enero de 1967).