De la Crisis del COVID-19, a la crisis de humanidad
En medio de la desolación de las estadísticas bien estremecedoras, hay que salvar la carga de humanidad, para seguir ayudando a tomar conciencia al enfermo que sigue siendo parte de la vida, de la estimación, los proyectos y sueños del mundo que le rodea ...
Todos nos adherimos plenamente a la necesidad de llevar adelante seriamente todas las medidas que son requeridas para ayudar a superar la emergencia producida por el COVID19, en todos los ámbitos. Asimismo todos somos aprendices, ya que va generando una multitud de problemáticas en cadena de todos órdenes.
En un primer momento, tal y como ha tenido que ser, ha habido una gran priorización por la estabilidad del sistema sanitario; paralelamente se ha despertado una problemática que cada vez es menos futura y ya empieza a ser plenamente presente, que es la económica, de una repercusión cada vez más dolorosa y, presumiblemente, de larga duración.
La persona en el centro
Si desde Caritas, a la luz de la palabra del Evangelio, creemos que la persona, con todo lo que significa de complejidad, ha sido el centro de toda acción, nos vemos también en la necesidad de subrayar unas situaciones ante las que creemos que hay que estar atentos, porque las consecuencias pueden ser de un alcance importante por el bien de las personas. Con la misma intensidad de estimación con que agradecemos el esfuerzo de quienes en tantos ámbitos de sanidad y servicios están luchando en primera línea de la epidemia, queremos hacer presente estos estimación a quienes son víctimas también en primera línea.
En primer lugar velar porque el lenguaje, y sobre todo la conciencia personal y colectiva, no dañen el ya frágil concepto sobre las personas mayores. Más que nunca se está convirtiendo en un colectivo como desmarcado del resto de la sociedad, y esto es fácilmente una antesala de una posible estigmatización. Si el reconocimiento de un colectivo específico responde a la atención de unas necesidades específicas, tiene toda la lógica. Pero da miedo que se combine con una exaltación del concepto de juventud y con la exaltación del rendimiento y productividad, y se convierta en un colectivo considerado más problemático que no plenamente integrado en la vida concreta y activa de nuestra sociedad.
Precisamente esta crisis del coronavirus nos puede llevar a ver los grandes como un colectivo simplemente vulnerable, y por el poco rendimiento, cargante, en lugar de darnos cuenta del valor que en estos tiempos, más que nunca, puede aportar: la potencia del mundo joven se ve clausurada en casa, pero las necesidades que esta generando nuestro momento, tal vez las puede ayudar a nuestro colectivo más grande … el espíritu de resiliencia, la capacidad de sufrimiento, la capacidad de asimilar la pérdida, la austeridad de vida. Además de protegerlos como enjaulados, nuestros grandes, tal vez deberíamos hacerlos hablar y escucharlos. Son ellos los que tienen la experiencia de remontar unos tiempos difíciles, de ayudar económicamente muchas familias con sus pensiones en el período de crisis, del que no hemos salido del todo, y los que han permitido que hoy hablemos como cosa ganada y propia del estado del bienestar.
Crisis de humanidad
Un segundo espacio de reflexión, nuestro concepto de enfermo. Los enfermos necesitan todo el tratamiento clínico que sea necesario, esto es una verdad incuestionable. El estado de enfermedad, no nos deja en situación de parada como personas: los sentimientos, las angustias y los miedos, las creencias, nuestros vínculos personales y emocionales, las preocupaciones, no sólo perviven, sino que en muchos casos acentúan, con la impotencia de no poder llevar una vida normalizada.
En medio de la desolación de las estadísticas bien estremecedoras, hay que salvar la carga de humanidad, para seguir ayudando a tomar conciencia al enfermo que sigue siendo parte de la vida, de la estimación, los proyectos y sueños del mundo que le rodea … en línea de la primera reflexión, su valor no puede ser supeditado a sus capacidades en estado de salud, sino al hecho de ser ya persona plenamente, y como cristiano, plenamente hijo de Dios y hermano.
El duelo
Una tercera reflexión nos adentra a no olvidar el concepto del duelo. El duelo no es una serie de ritos o de signos, aunque se expresa, sino la experiencia humanamente destructiva de una rotura de la relación con quien amamos. Tiene, además, un elemento agravante respecto a los otros roturas, que es el hecho de ser irreversible, definitivo. La forma en que se elabora este duelo no pasa gratis. Por un lado el acompañamiento de la persona que muere: tal es consciente o no del momento que vive, pero necesita ser amado, es la única fortaleza que el puede acompañar.
Ciertamente que no podemos pedir más esfuerzo al personal médico que trata de salvar las vidas de las personas, y que a la vez deben asumir el papel de acompañantes que les puede incluso superar; quizás habría que valorar como una medida esencial disponer de personas que acompañan el momento de tránsito, que, con todas las condiciones sanitarias necesarias, ayuden a que la persona que muere pueda hacer el traspaso agradeciendo el don de la vida que ha vivido, sin sentirse en lugar apartado, como el que no cuenta. Y del duelo de las personas que pierden sus: este nos toca a todos … como compartimos la información, como nos escuchamos, como nos llevamos en el corazón. Aquí la sensibilidad no puede ser una asignatura opcional.
En resumen, la crudeza de la crisis del COVID19 que nos está tomando estilos de vida, la salud y la vida de tantas personas, no debería tomar la capacidad de ser humanos, al contrario debería hacer más firme; quizá sea la única lección positiva de verdad que podamos sacar de todo este episodio. Ante estas tres situaciones sobre las que hemos reflexionado, si no estamos ya, solamente nos distancian, unos pocos años para ser ancianos, si la vida nos concede el gozo de llegar; una pequeña eventualidad de la vida para estar de pie acompañando un enfermo, o yaciendo en la cama de la enfermedad; y la estimación por quien se nos muere, para sentir el ardor de la herida del duelo.
El Dios de la esperanza y la misericordia nos acompañe en estas horas.
Delegado episcopal de Cáritas Diocesana de Sant Feliu de Llobregat